El Altruismo

Historias de Altruistas

Ahora sigo mi camino

Bondad

Vatía sostenía a su pequeño que no paraba de llorar por cansancio. La chica de 15 años se descubrió el pecho para amamantar a su hijo de seis meses y así hubiera silencio en el velorio de su padre.

El hombre había seguido las reglas de su pueblo y había permitido que un chico de 17 años se llevara a Vatía, su hija, como esposa, con ello era una boca menos que mantener pues ya habían sido cinco y no alcanzaban las vendimias en los semáforos para comer bien, vestirse bien, mucho menos escuela. A los tres meses de haberse ido de su casa Vatía había salido embarazada.

Pero algo le decía que ella podía más. Cada vez que los carros avanzaban, mientras Vatía sostenía su caja de dulces para vender, veía a otras chicas de su edad en camionetas, platicando y riendo con quienes iban acompañadas, vestían sus chamarras en invierno y sus lindos vestidos en verano.

—Mamá, quiero ser como ellas —le decía Vatía a su mamá.

—Ellas son de otro mundo hija, resígnate —le respondía doña Resignación cuando era pequeña.

—Mamá las chicas que pasan en las calles son felices y no tienen esposo, ni hijos —quiero ser como ellas.

—Lo siento hija, debes irte con este muchacho, parece que te quiere y entre los dos podrán mantenerse mejor —le dijo la doña Resignación el día del arreglo.

—Mamá, ahora será más difícil con un niño en camino, pero quiero ser diferente —insistía Vatía.

—Las mujeres como nosotros tenemos esta vida y no creo que puedas cambiarlo, tu esposo y tu padre no te apoyarán —respondía doña Resignación.

Un día, cuando Vatía tenía ocho meses de embarazo, unos hombres se detuvieron en la esquina donde Vatía y su esposo estaban limpiando los vidrios de los carros y solo le dijeron que necesitaban un favor, le pidieron que subiera a la parte de atrás de la camioneta que llevaban y que en el camino le darían instrucciones, sería rápido, cargar unas cosas de una casa, le pagarían un poco más de lo que solía ganar en todo el día en esas fechas.

—Ahorita regreso —le dijo el chico a Vatía.

Pero el chico no regreso.

Vatía camino ese día sola al cuartito de cartón donde vivía, durante tres semanas siguió yendo al mismo semáforo a limpiar vidrios para ver si regresaba su esposo o veía a los de aquella camioneta, pero ni uno ni lo otro.

Vatía tuvo a su pequeño en una clínica pública, descansó una semana con sus padres y después tuvo que ayudarles a trabajar porque no tenían mucho que comer. Además, el espacio era muy pequeño para vivir los padres, los cuatro hermanos menores de Vatía, ella y ahora su bebé.

—Creo que tendrás que regresar a tu cuartito —le dijo su padre a Vatía cuando su pequeño había cumplido los dos meses de nacido—. No creo que alguien te quiera al saber que ya tuviste esposo y menos con un chamaco, pero aquí ya somos muchos, hija.

—¡Mamá! —exclamó Vatía angustiada—. ¿Cómo voy hacer esto?

—No lo sé hija, pero mejor obedece a tu padre —dijo triste doña Resignación.

—¡Pero papá! Aquel hombre no regresó —suplicó Vatía—. ¿Qué voy hacer sola?

—¡Lo siento hija! —respondió su padre con seriedad—. Desde que saliste de aquí con tu esposo, ya no perteneces a esta familia, empezaste la tuya.

Vatía se fue asustada y llorando todo el camino. Acomodó a su pequeño sobre un cartón, mientras reacomodaba el cuartito donde al parecer alguien se había metido y el viento le había tirado algunos otros cartones que cubrían del frío.

Todo un día lloró junto con su bebé, pues al no comer ni beber bien, le salía poca leche, cosa que ella ignoraba.

—¡No sé por qué no te lleno bebé! —le decía Vatía, mientras lo arrullaba y lloraba.

Al día siguiente el hambre despertó a madre e hijo. Ella se lo pegó en el pecho y pensó y pensó y pensó en lo que ella sentía desde más chica y en todo lo que le había pasado. Cuando su pequeño se volvió a quedar dormido Vatía se levantó, agarró al bebé y se dirigió a casa de sus padres.

—¡Si te ve aquí tu padre me va a ir mal, vete por favor! —le rogó doña Resignación.

—Solo dame agua mamá, por favor. Tengo sed.

Doña Resignación llenó un vaso con agua de la llave y se lo dio a su hija.

—Aquí está, pero vete pronto.

Vatía se tomó el agua con facilidad hasta terminar y se fue.

Dos horas más tarde ya estaba de nuevo en aquel semáforo. Con las primeras monedas comió y bebió desesperada. Cuando termino miró a su alrededor, observó a las chicas como ella despeinadas, sucias, con paso lento, siguiendo a sus esposos y cargando a sus hijos. En ese momento, Vatía decidió actuar diferente.

A la mañana siguiente se levantó más temprano, se agarró bien el cabello, se lavó la cara con el agua que le había quedado en una botella que compró un día antes, se acomodó la ropa, tomó a su pequeño y salió a buscar trabajo.

Paso dos días caminando por colonias limpias y casas grandes. A pesar de no darle trabajo, algunas personas le daban ropa, monedas o comida, pero Vatía insistió. Al tercer día por fin una señora le dio más que un “ahorita no”.

—¿Qué sabes hacer? Le preguntó la señora Bondi, una mujer retirada y con problemas de columna.

—Cualquier cosa que necesite en casa o que necesite usted mandados, limpieza, usted dígame, solo quiero sacar para comer y darle a mi hijo —respondió Vatía ansiosa.

La señora Bondi volteó a los lados de su casa y regresó la mirada con la chica.

—No voy a robarle señora, vengo sola. Solía vender dulces o limpiar vidrios de carros, pero quiero sacar más dinero, trabajando y quiero aprender a hacer otras cosas.

Después de pensarlo unos segundos doña Bondi pasó a sentar a Vatía a unas sillas que tenía en la cochera. Le dio de comer y de beber, mientras la interrogaba un tanto desconfiada, pero queriendo ayudar a la chica y a su bebé.

—¿Cuántos años tienes?, ¿Dónde está el papá del bebé?, ¿Por dónde vives?, ¡Cuéntame de tus padres!

Por un buen rato la señora Bondi preguntaba y Vatía respondía. Al terminar, Vatía comenzó a trabajar para la señora Bondi con mandados, en la casa y con haciéndole compañía. A los cuatro meses de esa platica su padre murió atropellado, Vatía le empezó a pagar a su mamá para que le cuidara a su hijo y se ayudara con la comida para sus hermanos.

La señora Bondi alentó a estudiar a Vatía hasta que ésta termino la carrera de Fisioterapeuta. La chica trabajo con la señora Bondi por 15 años cuando esta falleció repentinamente, fue un dolor muy grande para Vatía. La bondad de la señora Bondi le habían enseñado mucho.

Vatía logró estudiar, rentarse una casa, poner su consultorio todo gracias a una mujer con valores y a su propia valentía. Y un día se resolvió el dilema.

—¡Mamá!  —llegó el hijo de Vatía, mientras ella acomodaba expedientes en su consultorio—. Hay alguien que te busca en la puerta.  Dice que es mi papá.