El Abuso

Compréndelos

Imagínate que te encuentras atrapad@ en un patio de cuatro paredes de 7x7mtrs. aproximadamente, no recuerdas cómo fue que llegaste ahí, pero estas con otros cuatro compañeros.

El suelo que pisas es de cemento, hay una puerta de fierro muy bien cerrada, un lavadero al lado de la puerta y las paredes son de un alto que no podrías alcanzar.

Conforme pasan los minutos te das cuenta que el patio no está techado ni en unos centímetros, que tú y los otros cuatro no tienen comida ni agua y que no hay baño para que hagan sus necesidades.

El sol del medio día empieza a cubrir el patio, conforme pasa el tiempo, tú y los otros se mueven a donde se va agotando la sombra, llega el momento en que los cinco están pegados a una de las paredes donde apenas tienen medio cuerpo en sombra.

Sin evitarlo, pasan unas horas en sol, unos se sientan y se hacen bolita para cubrir sus ojos, otros se recargan en la pared y se quedan dormidos, empiezas a sentir hambre y sed.

Observan las paredes y ven que no hay forma de escalar, aun así, lo intentan y comprueban que están muy lisas como para llegar hasta arriba escalando.

Llega la noche y tienen más sed y hambre, están inquietos, aunque de menos ya no hay sol. Se quedan dormidos, hay insectos que no los dejan dormir del todo bien, además del duro suelo y el frío de la madrugada y los ruidos extraños a su alrededor.

Al día siguiente, despiertas pensando en que tienen que encontrar una solución para salir de ahí. ¡Gritan! Piden ayuda, piden comida. Escuchan que hay gente afuera de ese patio, incluso llegan a ver a alguien tendiendo ropa en una azotea, suponen que pueden ayudarlos, pero la de la azotea pareciera no escucharlos, ni siquiera voltea.

¿Qué sucede? ¿Por qué nadie dice o hace algo con el escándalo que hacemos aquí abajo? Comienzan a dar saltos al mismo tiempo que gritan; a nadie se le ocurre hacer una torre para subir, es muy arriesgado. De repente en uno de los saltos que das caes sobre uno de tus compañeros y te lastimas un tobillo. Cuando comienza a inflamarse, optas por no moverte mucho.

Cuando el sol cubre de nuevo todo el patio unos caminan, otros gritan y uno llora desesperado. Al descender los rayos del sol, se oyen ruidos detrás de la puerta de fierro. Tus cuatro compañeros se acercan a la puerta y empiezan a golpearla y a gritar pidiendo que los saquen de ahí, tú sin levantarte también pides ayuda.

Se oye el grito de un hombre adulto que los calla. Guardan silencio por unos segundos, parece que mueve cosas y huele a comida.

Vuelven a pedir ayuda, intentan decirle que tienen hambre y sed. Entonces, se oye que abren la cerradura, todos callados esperan lo que van a ver. Es un hombre alto, con barba y bigote, alrededor de los 50 años que esconde algo atrás, pero ninguno de tus compañeros lo nota por el alboroto del olor a comida que sale de dentro.

Tus compañeros se desesperan y reclaman.

—¡Déjanos entrar a la casa! —le grita uno.

—¿Por qué nos tienen aquí encerrados? —le grita otro al mismo tiempo.

El hombre cierra la puerta detrás de él y tapa el paso hacía la puerta. Acto seguido y sin esperarlo, levanta aquella cosa, que resulta ser un fajo y comienza a golpear a tus cuatro compañeros.

—¡Cállense! —les grita—. ¡Hacen mucho escándalo!

Tú, sentad@, cuidando tu tobillo, te arrastras hacía la pared lentamente lo más que puedes con la intención de no llamar la atención del hombre.

Ni uno de los cinco se percata que la puerta está sin seguro y que puede escapar de ahí. Se limitan a pedirle al hombre agua y comida y a decirle que el sol los está matando.

Después de más gritos y golpes, el hombre retrocede de espaldas hasta llegar a la puerta, entra y la cierra. Se sienten frustrados, enojados, una llora de desesperación.

Pasa un rato y el hombre sale arrastrando con su mano izquierda un costal que huele a comida en su derecha trae el fajo con el que le da al que se le pone enfrente. A los pocos pasos deja caer la comida al suelo y se va.

Sin pensar más en el hombre, ni en la puerta, unos empujan a otros para obtener la mayor cantidad de comida. No saben si alcanza para todos, solo se concentran en comer rápido para ganarle a los demás.

El compañero más chico, más delgado y más débil es al que le dejan comer menos, pues come más lento. Lo empujan, le tirar rasguños y se va apartando hacía donde cayó comida más alejada.

Quieres compartirle, pero vez que apenas vas a satisfacer el hambre, pues el más alto y fuerte come rápido y tiene una postura para alejarlos mientras traga todo lo que puede. En ese momento todos son egoístas.

Al terminarse la comida comienza a oscurecer y cada uno se aparta por su lado para recostarse y se quedan dormidos, aunque tienen sed.

Te parece que fue apenas hace pocos minutos que te dormiste cuando se escucha un ruido intenso. Los cinco despiertan les retumban los oídos: música alta, motor de un carro, es demasiado. Es como si tus oídos estuvieran agudizados a un mayor nivel.

“Podrían bajarle un poco al ruido?” gritan todos, es obvio que no toman en cuenta lo que sienten porque son ignorados. Pasa un largo tiempo hasta que por fin el ruido se aleja, sientes ansiedad, pero agradeces el silencio.

Amanece y el sol te da en la cara y quieres dormir un poco más, pero un olor fuerte penetra tus fosas nasales y llega hasta tu garganta. Abres un ojo para descubrir que lo ocasiona.

Ves que tu compañero alto esta quieto en una posición rara y de ahí camina hacía otro lugar alejado, te levantas cuidando tu tobillo lastimado y te das cuenta que toda aquella comida hizo su efecto y ya varios de tus compañeros han defecado.

“Lo que faltaba” piensas.

Llega de nuevo la noche y ya casi nadie se mueve, es esencial el agua y ya tienen hambre. Ansiosos esperan oír de nuevo al hombre que los alimentó, pero no aparece.

Dos días más y el compañero más débil y joven ya no pudo y amanece inmóvil. El más fuerte, pero que ahora está débil se acerca y se da cuenta de que está muerto. Se aleja y camina de un lado a otro del patio.

Después de unas horas se vuelve a acercar al compañero muerto, voltea a ver al resto de sus compañeros y le da un pequeño empujón, luego acerca su boca al cuerpo, voltea de nuevo a ver a los demás y regresa la cara hacía al cuerpo para darle una repentina mordida en un brazo.

—¡¿Qué te pasa?! —pregunta una de ellos.

—¡Quiero comer! —les responde de una manera retadora.

—¡Pero no te puedes comer aun semejante! —expresas tú por impulso.

—¡Cualquier ser vivo lucha por sobrevivir al peligro de la muerte, es natural! —responde el fuerte.

Primero negados, después titubeantes, al final todos terminan comiendo parte del compañero fallecido, aunque el más fuerte de vez en cuando los avienta como protegiendo de que no se lo terminen para que él pueda seguir comiendo más tarde porque por ahora se siente lleno.

Aumenta la peste, duermen entre restos de un cadáver y desechos, pero sin agua, al otro día una de las compañeras amanece muerta. En esta ocasión el más fuerte no deja que se acerquen a ella.

De la nada escuchan que en la casa de a lado hay alguien e intentan pedirle ayuda.

—¡Huele horrible acá a lado! —dice una mujer.

—Deberíamos llamarle a la dueña de la casa —responde la voz de un hombre—, es un hecho que hay algo mal ahí. ¡El olor es muy fuerte y feo!

Por la noche, más ruidos que aturden de fuegos artificiales, pero ahora ninguno tiene fuerzas para taparse los oídos mucho menos de gritar.

“¿Por qué son tan inconscientes?” —te preguntas.

En el siguiente día te despierta un olor diferente, oyes voces, abres los ojos y ves que tu compañero hace lo posible por pararse. Se escucha la cerradura de la puerta de fierro, ya estás tan débil que no haces por moverte.

—¡Qué horror! —dice con repudio un hombre delgado que acaba de entrar y se mantiene de lado de la puerta como intentando entender la escena.

El compañero da un quejido y se dirige hacía el hombre con coraje.

—Morimos de hambre —dice entre dientes queriendo atacar, pero la debilidad le gana y se cae.

El hombre se recarga en la pared y agarra la puerta, preparado para salir de ahí si es que es atacado.

La cabeza de una mujer, muy parecida al hombre que los había golpeado y alimentado se asoma con expresión de miedo en su cara y al ver de inmediato sale de ahí y se escucha que vomita.

—¿Por qué tu hermano permitió esto? —pregunta el hombre a su esposa—. ¡Qué despiadado! Es obvio que los dejo sin comer, no veo ni un valde que indique que les dejó agua. Ni siquiera tienen un poco de sombra. ¡Llama al doctor!

Ambos salen y se vuelve a cerrar la puerta de fierro.

Abres y cierras los ojos despacio, quieres ver lo que sucede, pero tus párpados te pesan. Parece que empiezas a alucinar pues el compañero que aparentemente era el más fuerte, ahora tiene una cola larga y peluda.

Aprietas lo más que puedes los ojos y los vuelves a abrir. Ves lo mismo y al mover un poco la cabeza ves que tu otro compañero, el que está vivo, no se mueve, pero ahora tiene unos colmillos largos y filosos.

Escuchas y hueles a alguien que entra por la puerta de fierro. Es una mujer con cubrebocas y te espanta el sentir algo en tu pecho, es ella tocando tu corazón con estetoscopio. No alcanzas a decir ni a hacer nada.

—Vas a estar bien —te dice con dulzura.

Otros dos chicos le ponen un bozal al compañero fuerte y lo suben a una camilla pequeña, ves claramente que ahora es un perro, al igual que el otro compañero.

—Los tres tienen una deshidratación severa y van muy débiles —dice de nuevo la doctora que me había checado, pareciera que fuera la más experta y la jefa de los otros dos chicos.

Te sacan al final y vez los restos de tus dos compañeros muertos y alcanzas a verlos como perros. El hombre delgado comienza a recogerlos y a echarlos a bolsas grandes.

Entras en confusión al ver a tus compañeros de esa forma, pero luego vez que la camioneta a donde los suben tiene los dibujos de un gato y un perro y una oración que dice “Queremos a tus mascotas a salvo”.

“¿Qué?” “¿Por qué”? —piensas.

Te levantan la cabeza para colocarte el oxígeno y alcanzas a ver tu cuerpo de perro también te espantas y te interrumpe un ruido, los tres doctores se dirigen a tu compañero antes de desvanecerte.

—¡Vamos amigo, reacciona! ¡Vamos, tú puedes! —otro ruido quieto y largo—. ¡Cielos! Se nos fue.

No tienes idea de cuanto ha pasado, pero ya no te sientes tan débil, ni tienes hambre ni sed. Te ves entre nubes de colores pasteles, sientes una paz absoluta y sientes que sigues en una cama. Mueves tu cuerpo y te ves manos otra vez.

—¿Morí? —te preguntas con espanto.

Te extraña ver a una buhita sonriéndote y caminando sobre tus piernas, no te asustas porque ya la conocías y entonces recuerdas todo.

Ella llegó y a través de sus mentes se comunicaron. Te dijo que lo que hacías estaba mal, que el tener una mascota era para cuidarla como una compañía. Porque tu mantenías atado a tu perro en un árbol que está en tu pequeña cochera, con una cuerda corta y le dejabas comida que a veces no alcanzaba con ese largo de la cuerda y cuando ladraba salías a patearlo.

Recuerdas también que como no aceptabas lo mal que estaba tu comportamiento, la buhita te mostró un tronco que se desenrolló y atrapó tu atención y entonces comenzó la inyección de empatía hacía ti, para que comprendieras cómo era estar en el lugar de tu perrito y fue así que apareciste en aquel patio con aquellas cuatro personas y pasaste por toda una tortura de días.

—A ustedes les parecieron días —te dice Kamelin ahora que estas en la cama—, pero solo fueron unos minutos. Y tus compañeros cometen torturas similares, por eso estaban ahí contigo.

Aquel que defendió su vida con más coraje y aprovechó su tamaño se llama Tony —volteas y ves que enfrente de tu cama hay otra donde lo ves con la mirada fija—, ya he hablado con él también tuvo inyección de empatía como tú y los otros dijo la buhita.

Él no amarra a su mascota, pero lo atormenta con su rock a muy alto volumen y por ello, su perro sufre de ansiedad, sufre bastante porque ellos tienen los oídos más desarrollados. Es como si prenden un ruido tormentoso a alto volumen, mientras tienes los audífonos puestos.

Lo malo es que lo hace con toda intención, cuando su perro duerme, Tony le sube a todo volumen y le prende a la bocina para molestar al pobre animal. El hermano mayor de Tony, lo asustaba mucho cuando era pequeño, era un abuso disfrazado de “bromas”. El hermano le enseño a Tony a reírse de eso, pero el chico salió afectado obviamente.

—Y ¿Qué hay del chico que se mostró más débil? —preguntas.

—Él es Ortú —comienza a explicar Kamelin— fue educado de una forma muy agresiva por sus padres, le destrozaron la autoestima y al verse débil así mismo físicamente descarga su herida emocional infantil con sus mascotas.

Ahora que es adulto es cruel, apaga sus cigarros en la piel de su perro, le ha llegado a quebrar patas a sus mascotas, los agarra de las orejas y les da vueltas…

—¡Ya basta! —suplicas a la buhita—. ¡Eso es insensible, inhumano…!

—Lo que han hecho cada uno de ustedes es reprobable —dijo Kamelin con tono de sufrimiento—, esperaría que con esta experiencia mental puedan reaccionar, perdonar a quienes les dañaron para sanar sus heridas y así crezca la semilla de empatía que se les ha inyectado.

—Creo que él fue uno de los que menos sufrió, aunque… murió. —dices esto con tono de duda.

—Todos sufrieron en el nivel que les correspondía para hacerles sentir lo que sienten las mascotas en varios sentidos inconscientes, para que comprendan a quienes hacen daño físico y mental. Pero en realidad no estaban ahí ni murieron.

Se abre el panorama y ves a tus cuatro compañeros en una cama, dos llorando, Tony concentrado en sus pensamientos y con el rostro triste y la chica que supuestamente había fallecido sigue inconsciente, no le ha tocado su turno.

—¿Cómo afectaba ella a su mascota? —preguntas dirigiéndote a la chica inconsciente.

—Vada, dejó a cinco perros en el patio de una casa que acababa de comprar y se olvidó de ellos, mucho antes de irse de vacaciones. Le pidió a su hermano que les diera vueltas, pero el hermano solo fue una vez, no le gustan los animales así que por ello solo los alimentó una sola vez.

—Pues el hermano también debió de estar con nosotros —dices con coraje.

—Él es tu quinto compañero —dice Kamelin—, el que falleció en la ambulancia. Ahora voy con tu compañera, tus tres compañeros han pedido ayuda para sanar sus heridas y cubrir sus necesidades y tú, ¿vas a buscar perdonar y liberarte de tus heridas o seguirá en la prisión de tus heridas?